Nostalgia es, según las dos acepciones de la RAE, “la pena de verse de ausentes de los deudos o amigos” o “la tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida”. De ambas estamos dando fe en estos días de confinamiento obligado en los que la vulnerabilidad de la condición humana ha salido a relucir en toda su crudeza. Las rutinas habituales, basadas en una lógica exclusivamente productiva y economicista, han dado paso a otras que obligan a sacar la faceta más humanista de la sociedad, que se está mostrando claramente mejorable y quedará como asignatura pendiente para después de esto.

Huelga decir que para quienes vivimos del deporte, y antes y ahora seguimos siendo aficionados, estos días activan el recuerdo de esa dicha perdida, de esas crónicas, incluso pasadas de fecha, que envolvían el bocadillo de después de clase. A falta de eventos actuales, las televisiones están desempolvando y sacando de sus archivos aquellos acontecimientos que a muchos, en el último cuarto del siglo pasado, nos llenaron la infancia y la adolescencia y que, en mi caso, hicieron que me decantara por el periodismo deportivo para tratar de ganarme la vida, algo que me temo que no he conseguido. Aquellas horas viendo los primeros éxitos de la selección española de baloncesto, las etapas del Tour, las finales de tenis, los Mundiales de fútbol y los Juegos Olímpicos fueron el germen de una vocación que cubría las dos vertientes: aunaba la pasión por el deporte y el deseo de estar cerca de los protagonistas.

Porque entonces, no como ahora, se podía hablar con los deportistas a pie de campo, de cancha o de cuneta porque nadie tenía más derechos que nadie y porque aún se viajaba mayoritariamente a cubrir los acontecimientos donde se celebraban. Lo contrario era una excepción. Uno podía fiarse de lo que leía porque sabía que quien escribía había estado allí y podía fiarse de lo que escuchaba, aunque sonara lejanísimo. Ingenuo que era uno. De repente, un virus ha arrancado el deporte de nuestras vidas y lo ha colocado en una posición muy delicada de cara al futuro.

Detrás de la resistencia de muchas federaciones y organizaciones a dar por concluidas sus competiciones está el enorme dinero que mueven gracias a las televisiones y las casas de apuestas, esa pinza que también ha elevado la superficialidad y la banalidad, de las que se hacen eco las redes sociales, y ha teñido todo de una profesionalidad muchas veces exagerada, como si los deportistas anteriores no lo fueran. Por eso, revisar aquellos años nos permite despojar al deporte de todas esas capas oscuras que ahora lo convierten en lo menos importante de este negocio, de esta industria que nos ha quitado el romanticismo y nos impide apreciar lo sencillo. La sociedad que hemos creado es así, qué le vamos a hacer.

Sin el deporte los deportistas, en tanto que ciudadanos, dejan de tener interés para mí. No me parece épico ver cómo se ejercitan en sus casonas y con medios que no están al alcance de la mayoría de la población, ni me postro ante ellos porque asome en sus conciencias un ápice de solidaridad. Ahora los resultados, los sonidos deportivos han dejado su lugar habitual a otra cuenta macabra de muertos y contagiados que pone a prueba la capacidad de aguante de los confinados. El deporte volverá a ocupar su espacio, pero lo tendrá que hacer adaptado a las posibilidades económicas de la sociedad que saldrá del coronavirus. Será la misma válvula de escape de siempre, el mismo motivo para recuperar a los amigos o para lamentar las dichas perdidas, pero este parón abrupto e incierto, esta mirada al pasado, deben servir de cura de humildad. Muchos clubes lo va a pasar muy mal, pero como lo va a pasar gran parte de los aficionados.

Quizás es el momento de abandonar esas cifras obscenamente exageradas que se escuchan como si fueran normales y rescatar aquello de más rápido, más alto, más fuerte. Porque hasta que el coronavirus mandó parar ya solo existía el más rico. Vivimos en una nostalgia confinada por aquel deporte que nos ayudó a crecer. Y es que confieso que, antes y ahora, siempre he sido muy torpe con los videojuegos, eso que llaman e-sports.

P.D. Preveo que en los próximos reglamentos de competición que se aprueben en España quedará reflejado cómo proceder en caso de que se produzcan cancelaciones por culpa de una pandemia. Por si acaso…