Nos hablan de una nueva normalidad, repitiendo un concepto mentiroso porque lo que espera a la salida del túnel del confinamiento será nuevo, pero desde luego no será normal ni en la vida ni en el deporte. Porque no puede ser normal que una reunión de más de cuatro personas se convierta en sospechosa de ser un foco de propagación del virus o que quedar para comer en un restaurante o tomar una cerveza en una terraza vaya a ser lo más parecido a un vis a vis carcelario. El virus ha atacado a todo el sentido colectivo de la vida, ahora nos quieren separados, y eso va contra la esencia misma del deporte que normalmente se practica y se disfruta en compañía.

Entonces está claro que nada va a ser normal y todo el deporte se verá afectado, tanto a nivel profesional o de élite como el participativo, formativo o de ocio. En los últimos días vengo oyendo hablar a dirigentes, técnicos y deportistas y algunos se manifiestan como si el después fuera a ser igual que el antes mientras otros asumen que en el horizonte se atisban negros nubarrones. Surgen preguntas que solo pretenden pensar en ese escenario postcoronavirus. ¿Alguien se imagina cómo serán la Bilbao-Bilbao, la Herri Krosa, la Subida al Pagasarri sin la presencia de miles de deportistas que al llegar se abrazan para celebrar el haber alcanzado el reto? ¿Va a apetecer echar un partido de padel, de golf o de pala, salir en grupeta con los amigos si después no puedes tomar una caña a menos de dos metros de distancia?

En el deporte formativo, ¿van a seguir compartiendo seis u ocho equipos los mismos vestuarios o las mismas instalaciones durante toda la mañana? ¿Tendrán que viajar por unidades familiares o podrán mezclarse unos con otros en un mismo coche? ¿Cómo se les va a entrenar a los jóvenes si durante los próximos meses hay que guardar las distancias? ¿Tendrán que pasar también test semanales para prevenir contagios? Y es que algunos protocolos carecen de sentido en el momento que empieza la competición y hay que rozarse, tocarse, traspasarse el sudor, chocar palmas…

Los profesionales van a volver pronto, o al menos eso quieren sus protagonistas. Pero lo van a hacer sin público, por lo que dicen hasta 2021, y bajo unas condiciones que pueden ser pan para hoy y hambre para mañana. ¿Cómo se va a reenganchar al público después de nueve meses desconectado del espectáculo en vivo? ¿Cómo van a compensar los clubes todo lo que van a perder por la ausencia de abonados? ¿Es suficiente la televisión para sostener la industria y el negocio del deporte? ¿Cómo se van a organizar las competiciones cuando los desplazamientos pueden estar restringidos? ¿Cómo se van a estructurar las plantillas con presupuestos mucho más recortados?

Las respuestas a estas preguntas y otras más que surjan nos deben conducir a un deporte organizado de forma diferente y mucho más sostenible. Los clubes modestos, los que no salen por la tele, lo van a pasar muy mal, pero sin ellos la pirámide no se sostiene. Los dirigentes tienen que plantearse este escenario que se abre al final de la incertidumbre y buscar soluciones imaginativas y eficaces que vayan más allá de unos protocolos contradictorios. Porque el deporte no es imprescindible, pero sí necesario, como lo es todo lo que en estos tiempos sirva para unir y no para dividir. Aunque el coronavirus pretenda lo contrario.