Una de las frases más escuchadas durante este confinamiento que nos toca vivir es esa de que “juntos saldremos de esto”. Es una frase que la realidad se encarga de desmentir en la vida en general y en el deporte en particular. Estamos metidos en un laberinto y lo primero es saber dónde está la salida y por dónde hay que caminar para encontrarla. Luego, ya parece más difícil hacerlo juntos. ¿Cuántos, quiénes, son esos juntos? ¿La familia, los amigos, los vecinos, los paisanos, los compatriotas, el resto de los ciudadanos del mundo…? Hacerlo juntos significa hacerlo los de la derecha con los de la izquierda, los de arriba con los de abajo, los de una bandera con los de otra, los pobres con los ricos, los desfavorecidos con los poderosos, los que gobiernan con los gobernados…

Mi natural escepticismo me lleva a desconfiar de que quienes han demostrado no ser capaces de acordar nada en las buenas vayan a ser capaces de aglutinar voluntades y generar confianza en las malas. Ya se está viendo cada día desde que el coronavirus nos ha colocado en una realidad distinta que exige otro tipo de comportamiento. Por eso, creo que, como ha ocurrido siempre, cada uno saldrá de esta como pueda. Habrá quien ponga el interés general por delante y habrá quien siga mirando por su propio beneficio, sea económico o político, para mantener su posición de privilegio.

Y esto que vale para la vida sirve para el deporte. Aquellos en los que existe un mando único o claro ya han tomado decisiones sobre sus competiciones que nadie discute: si no se puede no se puede y nos vemos el año que viene. El fútbol y el baloncesto son, en cambio, la perfecta demostración de que ese acuerdo, ese juntos que se proclama, de momento son solo una bonita intención. Mucha gente lleva esperando decisiones de calado, en un sentido u otro, que se aplazan un día tras otro, como si esperaran que alguien decidiera por ellos. Se entiende el deseo de salvar una parte del negocio y de preservar los muchos puestos de trabajo que están en cuestión, pero creo que dadas las circunstancias es imposible pretender que esta temporada y la siguiente se celebren de la misma manera que hasta ahora. O una u otra, porque muchos olvidan que el tiempo que se ha perdido hasta ahora no se recupera. El próximo año va a tener 365 días, no más, y todo no va a caber.

Nadie quiere ceder su parte en el festín de millones y hablando del baloncesto, alargar esta agonía puede comprometer el futuro de muchos clubes, puede ser pan para hoy y hambre, mucha hambre, para mañana. Es hora de que la Euroliga, la FIBA y el resto de actores implicados se pongan de acuerdo para buscar un calendario más ordenado, en el que unas competiciones no se pisen con otras y que cada cual renuncie a la parte que le toque en busca del bien común. Parece que esto incluso es imposible en aquellas competiciones alejadas del ámbito profesional y cuyo resultado tiene una trascendencia escasa. Grandes males exigen grandes remedios, la manera de proceder habitual no sirve ahora, salvo que se pretenda comprometer el futuro y que caiga quien caiga.

El coronavirus marca el ritmo, por desgracia, y el porvenir se adivina muy diferente, también para el deporte a todos los niveles, lo que obligará a hacer coincidir todos los intereses para que nadie se quede por el camino. Es la oportunidad de hacerlo juntos, pero el movimiento se demuestra andando. Mientras tanto, algunos esperamos confinados a que nos digan cuándo podemos volver a trabajar. Admito mi curiosidad por descubrir cómo será el deporte dentro de unos pocos meses.