Por alusiones, hay mucha gente que me interpela por el futuro del Bilbao Basket y no sé qué responder. Como al club parece que se lo ha tragado la tierra, todo son especulaciones, rumores o informaciones más o menos creíbles. Estas generan un estado de opinión que revela que el aficionado, eso que se sigue considerando el mayor, si no el único, activo del club después de 18 años, está cuando menos con la mosca detrás de la oreja. Pensar que hay gato encerrado, sentir que cada vez que el consejo de administración comparece en público se dejan explicaciones en el tintero, tampoco ayuda a entender las decisiones que se están tomando para tratar de sacar del agujero a un club que en los últimos cuatro años ha sido incapaz de regenerarse, que sigue atrapado por las herencias del pasado y que, en consecuencia, arrastra un estigma que hace que todos, incluso quienes fueron un día su sustento, huyan ahora de él.
El Bilbao Basket toca la fibra sensible de su entorno apelando a esa cantera que nunca le ha importado y que ahora quiere poner en marcha bajo su manto como un clavo ardiendo. Pero antes ya había mucha gente jugando a baloncesto y la seguirá habiendo. Apela también a esos 8.000 fieles a Miribilla como argumento para darse importancia dentro del panorama deportivo de Bizkaia y dice que el club es de ellos cuando eso no es cierto. Fieles hasta ahora porque la fidelidad puede ir desapareciendo cada día que transcurre sin que los responsables del club expliquen qué pasos están dando para armar ese proyecto «ambicioso y para ascender a la ACB» que anunciaron en la reunión de hace un par de semanas. Hace un año por estas fechas la plantilla estaba casi completa, con las consecuencias conocidas, y ahora no se sabe quién está tomando las decisiones deportivas y las otras, quién va a conducir el nuevo proyecto ni, por descontado, qué jugadores van a formar parte de él. Por no haber, ya no hay ni presidente.
Ahora no parece haber prisa, lo que contribuye a elevar la incertidumbre y el desapego de los aficionados. Le llaman tensa espera, que más que tensa es desesperante. Lo último tiene que ver con el entrenador, la figura clave para arrancar este segunda etapa en la LEB Oro. Parece que la opción de Álex Mumbrú cobra fuerza sin que exista unanimidad, ni dentro ni fuera del consejo de administración, sobre la idoneidad de esta elección. Pero creo que por encima de nombres debe estar el proyecto. Si tiene un armazón sólido, un motor robusto, será mucho más fácil conducirlo, sea quien sea, experto o novato. El problema es que el descenso ha dejado el Bilbao Basket hecho añicos, hay que caminar sobre ruinas para tratar de salvar lo básico y la reconstrucción es muy complicada. Para muchos, imposible.
En Bilbao se ha visto en todos estos años un Mundial de baloncesto, un Europeo U20, una Copa del Rey, dos Supercopas, un partido contra la NBA, una final de ACB, partidos de Euroliga y otros fastos que no han dejado nada para el baloncesto masculino profesional. El Bilbao Basket, la única Sociedad Anónima Deportiva que existe en Bizkaia, está con una mano delante y otra detrás, por segunda vez en cuatro años en situación de preconcurso de acreedores y mirando a su alrededor en busca de esos apoyos que se prometieron y nunca llegaron mientras toma medidas traumáticas que nada resuelven. La alternativa que lidera Joaquín Salazar debería presentarse ante los accionistas del Bilbao Basket para exponer sus ideas, sus planes y sus condiciones y aclarar si realmente quieren entrar a gobernar el club con posibles y no les dejan o es solo un quítate tú para ponerme yo, un nuevo cambio de caras. Porque no se puede olvidar que una SAD no deja de ser un negocio y a la hora de hacer negocios se habla de dinero, no de sentimientos. Los sentimientos harían acercar de nuevo el club a Bizkaia en sus puestos claves, pero parece que la idea es otra.